Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

domingo

Avelópolis I

Precisamente:
- Una terraza de medianeras altas donde se ve mitad de cabeza de pelado.
- Diez círculos en vertical que equivalen a diez baños diferentes.
- Lianas de cables, antenitas de T.V y aires acondicionados en cantidades suculentas. Son injertos en las paredes de ladrillos desnudos.
- Un tanque de agua rudo y erguido. Toldos que bailan hasta plegados. Hay un promedio de dos macetas por balcón (la gente es muy irresponsable con sus plantitas).
- Balcones con reposeras de playa y ceniceros contiguos. Son palcos de una obra sin intervalo.


Avelópolis es palpable e invisible a la vez. Es espacio en cambio.  Es tiempo que pasa.
No son las cosas que la componen, sino la energía que hilvana esas cosas y les da vida.
Pegote de edificios que respiran con un mismo pulmón, remolinos de angustias urbanas.
Es corazón, iris y agujero.
Desde arriba, catarata de smog. Desde abajo, un scrum de cemento.
El solcito matinal la despierta. Avelópolis trasnocha con murciélagos y grillos, y algún grito crispado.
Sus percianas bajas o entreabiertas, son párpados sellados por tristezas vecinas. Las emociones de los que habitan su periferia
se contagian de pared en pared. No es mágico, ni azaroso. A veces hay una ola de mal humor que como una fila de dominós se derrumba.
Otras, Avelópolis flota como un panadero, y se escuchan risas y ruido de besos. Esos día Avelópolis está feliz, acaramelada.

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