Largas horas, en pedazos de recreos, todas
apretujadas en ese par de ojos.
Vivías horas de más, viejo, exonerabas el tiempo,
y yo siempre en constante admiración.
Vivías horas de más, viejo, exonerabas el tiempo,
y yo siempre en constante admiración.
¿Te acordás de las baldosas atrás de la columna del patio? Esa era tu guarida.
Ahí, tus manos daban el fuego al silencio y en tus cienes, ardían unos
pequeños fogonazos.
Pasando la puerta, eras alma: eso fiero y crudo,
que estremecía a cada uno de nosotros.
Sacudía verte el espíritu en carne viva
entre huesos, el cuello desnudo y arrugado
Y tu voz, contemplativa en constante reemplazo.
A veces, vislumbrabas un miedo, un dolor
Sacudía verte el espíritu en carne viva
entre huesos, el cuello desnudo y arrugado
Y tu voz, contemplativa en constante reemplazo.
A veces, vislumbrabas un miedo, un dolor
en el fondo del pecho de alguien. Y no dormías en la duda,
ya estabas preguntando suave cómo estaba la cosa en ese marote.
Tu mano en el hombro, la mirada austera y ese silencio tibio y sin apuro.
ya estabas preguntando suave cómo estaba la cosa en ese marote.
Tu mano en el hombro, la mirada austera y ese silencio tibio y sin apuro.
No te hacía falta nada para comprender el estado ambiguo de las cosas,
el ser adolescente de esa libertad utópica a los 18, sabías de la existencia pellizcada
por dramas mínimos y cotidianos. Vos tomabas esas canicas de llanto en tus palmas,
las pesabas con justicia absoluta, y a cada uno nos señalabas la muerte del segundo.
las pesabas con justicia absoluta, y a cada uno nos señalabas la muerte del segundo.