Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

miércoles

Lo que vale, en la grieta


Veníamos jugando a decir nombres de dibujos animados.
El abuelo dijo Patoruzito y volanteó con la agilidad de un indio.
Relinchó el Megane y frenamos en una Shell fantasma.
Es que Betty hacía rato venía hinchando que se acabó el agua caliente
para el mate... Betty y mi hermana fueron al baño de la mano, y el abu se hizo amigo
del hombre que llenó el tanque. Un amigo más, pensé. Cada auto, un amigo más.
Yo bajé y caminaba al rededor de la maquina de nafta,
cubierta de calcomanías gastadas por el viento, por las idas y vueltas de la ruta,
por las uñas del señor que llena los tanques de los autos.
Como un arquéologa, iba rasqueteando la tierra, suelta y finita,
en el zócalo entre el piso y la máquina que daba el servicio de la estación.
Buscaba una moneda de diez o de cinco,
un dije de plata con forma de corazón -que había perdido el día anterior-,
o un papelito con un mensaje.
El abu me gritó algo que no escuché, seguí en la mía. Betty, siempre dele que te dele,
comenzó a preparar el mate el capó del auto y un puñado de yerba voló
de su puño a mis ojos. Seguí buscando el tesoro, a pesar de la ceguera parcial.
El ploc del pico del termo al cerrarse fue la señal de partida. Y ahí la ví, me rasguñó la rodilla a modo de saludo.

Agarrala y subí, que te cuento la historia de la mica, me dijo el abu, un hombre rico en historias.

Pensé que me contaría la aventura de una chica que ayudó a miqui maus,
al pato donal y a patoruzito. Esos eran los héroes de las historias del Abu.
No recuerdo el cuento, pero mica resultó ser otra cosa.
Ese pedacito de espejo incrustado en la piedra que encontré,
mica era esa miga de piedra preciosa que alguien hundió con su dedo meñique
hasta fondo de una roca común. La mica hace preciosas a las piedras,
que no están en las joyerías, sino donde el azar pone nuestro ojos.

Todavía conservo mi mica rodeada de piedra en algún cajón,
y cada vez que la encuentro hago lo mismo: en mi puño, la apreto fuerte
hasta que me sudan las manos. Quizás, porque ese día supe bien
que lo valioso en la vida sabe estar rodeado de mugre, al pie de una máquina de nafta,
en una estación de servicio, al costado del camino.




No hay comentarios:

Publicar un comentario