Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

martes

Anoche

Soñé que viajaba a China con dos amigas. Era un vuelo exprés, como en una escapada de fin de semana. Los pasajes estaban muy baratos y teníamos que elegir entre China del Norte o China del Sur, la de arriba era comunista y la de abajo no. Sí, ya sé, eso pasa en Corea, pero en mi sueño era en China. El viaje comenzaba cuando buscábamos en Youtube un video de la China comunista y el único que aparecia era una especie de documental propagandístico en el que China del Norte parecia el paraiso. Cuando el video se cargaba y empezaba a correr, Tropix, Magui y yo eramos absorbidas por la pantalla y apareciamos flotanto en las aguas del río chino que mostraba el video. Apareciamos en una especie de canal de agua verde azulada, tibia como la de una bañadera. A los costados había arboles y totoras, todo muy lindo y en composé; el cielo era rosa con apenas un par de nubes amarillas patito. Se oía una musiquita similar a la de los video juegos y el aire era denso y perfumado con un aroma candy, no a caramelo. La corriente del canal nos iba arrastrando lentamente, no hacíamos pie, pero tampoco debíamos esmerarnos mucho en flotar, ibamos meciéndolos hasta llegar a un estuario quedesembocaba en el mar. Un mar manso, sin olas, también de ese verde turquesa aceitoso y cristalino. Muy a lo lejos había unos acantilados perdidos entre neblina. Me acuerdo que hablábamos de lo barato que  habían salido los pasajes, y yo proponía conocer un país por fin de semana: Tailandia, Singapur, Malasia.  Nadábamos hasta la orilla para averiguar como conocer los acantilados que se veían a lo lejos. Los sueños como en las películas acortan distancia con una suerte de corte de cámara. Dos brazadas y llegábamos al extremo de la bahía. Del otro lado había un puerto pesquero y el mar estaba lleno de petróleo. Explorando, caminábamos por un pequeño muellecito que terminaba en una rampa que entraba en el mar. Llegábamos a la punta y miramos a la gente. Estaba lleno de argentinos, pero no era turistas. Por como actuaban, los diálogos que tenían, era locales. Había muchos padres jugando con sus hijos. En eso, se nos acercaba un tipo de unos 40 años, medio reo. Creo que era el que cuidaba las amarras del muelle en el que estabamos paredas. Nos invita a sambullirnos desde el muelle, pero el desafío era pegar un buen salto porque el agua próxima a los barcos estaba muy empetrolada. Saltábamos con todas nuestras fuerzas pero caiamos a lado del muelle y veíamos que el agua marmolada azul y negro estaba llena de pequeñas medusas, del diámetro de un CD, rosas luminosas que avanzaban motu propia a grandes velocidades. Esas medusas me hacían acordar a las de Bob esponja, porque no picaban y eran simpáticas e inofensivas. Magui propuso jugar al volley con las  medusas, pero tropix estaba muy concentrada haciendo trensas con los tentáculos. Decía que había visto una medusa rasta. Yo las miraba y pensaba qué bueno sería bailar tango debajo de esa agua. Al rato estabamos secas frenando un taxi, igual a los que circulan por Buenos Aires. El tachero era chino y hablaba con todas palabras chinas pero conocidas, decía  todo junto y sin lógica “wasabi - taichi-chuan – karate kid – sushi – chakichan – pat morita” Cuando pagábamos, abrí los ojos. 

sábado

Salí con una chica que no lee


por Charles Warnke
Salí con una chica que no lee. Encontrala en medio de la mugre de un bar del bajo. Encontrala en medio del humo, de la transpiración de los borrachos y de las luces psicodélicas de un boliche de lujo. Donde sea que la encontrés, descubrila sonriendo y asegurate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Encandilala hablándole de trivialidades; usá las típicas frases de conquista y reíte por dentro. Sacala a la calle cuando los bares y los boliches ya hayan cerrado; ignorá la fatiga que sentís. Besala bajo la lluvia y dejá que la luz tenue de un farol de la calle los ilumine, así como viste que pasa en las películas. Hacele un comentario sobre el poco significado que tiene todo eso. Llevátela a tu departamento y despachala luego de hacerle el amor. Curtítela.

Dejá que la especie de contrato que sin darte cuenta creaste con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubrí intereses y gustos comunes como las pastas o la música pop, y construí un muro impenetrable alrededor de todo eso. Hacé del espacio común un bastión sagrado y regresá a él cada vez que el aire se vuelva pesado o las veladas se estiren demasiado. Hablale de cosas sin importancia y pensá poco. Dejá que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponele que se mude a vivir con vos y dejala que decore la casa. Peleate con ella por cosas insignificantes como que la cortina de la ducha tiene que estar siempre cerrada para que no se llene de moho. Dejá que pase un año sin que te des cuenta. Empezá a darte cuenta.

Llegá a la conclusión de que probablemente tendrían que casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invitala a cenar a un restaurante fashion en Puerto Madero y asegurate de que tenga una linda vista. Pedile al mozo que le traiga la copa de champán con el anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponele matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad que puedas juntar. No te preocupes si sentís que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho; y si no sentís nada, tampoco te preocupes. Si hay aplausos, dejá que terminen. Si llora, sonreí como si nunca hubieras estado tan feliz; y si no lo hace, igual sonreí.

Dejá que sigan pasando los años sin que te des cuenta. Armate una carrera en vez de conseguir un trabajo. Comprate una casa y tené dos lindos hijos. Tratá de criarlos bien. Equivocate a menudo. Caé en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufrí la típica crisis de los cincuenta. Envejecé. Sorprendete por tu falta de logros. En ocasiones sentite satisfecho, pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas que hagas, tené la sensación de que nunca vas volver, o de que el viento puede llevarte. Contraé una enfermedad terminal. Morite, pero solamente después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera sentido; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también va a morir arrepentida porque su capacidad de amar nunca generó nada.

Hacé todas estas cosas, mierda, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hacelo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hacelo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una necesidad alcanzable, en vez de algo maravilloso pero ajeno a vos. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espeso e inerte de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama demasiado. Un vocabulario, carajo, que hace de mi sofística vacía un truco berreta.

Hacelo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le enseñó que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya hecho sus valijas y pronunciado un adiós inseguro. Tiene claro que en su vida no voy a ser más que unos puntos suspensivos y no una etapa; y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Salí con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Tendrá paciencia en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues ya se ha despedido de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ella ha aprendido a contar historias. Vos, con tu Joyce, con tu Nabokov, con tu Woolf; vos en una biblioteca, o parada en la estación del subte, tal vez sentada en la mesa de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Vos, la que me hizo la vida tan difícil. La lectora ha desenredado la madeja de su vida y la ha llenado de sentido. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Vos, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero yo soy débil y te voy a fallar porque vos soñaste, como corresponde, con alguien mejor que yo y no vas a aceptar la vida que te describí al inicio de este texto. No te vas a resignar a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser contada. Por eso, andate de acá, chica que lee; tomate el siguiente tren que te lleve al sur y llevate a tu Cortázar con vos. Te odio, de verdad te odio.
Acá el texto original

jueves

la búsqueda

Mi abuela era loca, no era una cosa de locos, como algunos suelen decir...  Cuando la iba a visitar a los 8 me recibía con una armónica en la mano, estrellitas dibujadas con marcador en los cachetes y la corbata amarilla de mi abuelo al cuello. No soltaba la armónica por nada, ¿sabés? y cuando le decía algo que no le gustaba la hacía sonar muy agudo. En cambio, cuando estaba de acuerdo con lo que decía, soplaba fuerte los graves. Yo era chica y me parecía divertido. En el cole le contaba a mis amigos que tenía una abuela música. Pero con el tiempo me dí cuenta que mi abuela no hacía música, sino que hablaba con sonidos.

Es que la abuela no tenía opinión. Pero eso ya es más largo de explicar. En resumen, ella creía que la vida era una novela de detectives y misterios. Mi abuelo leía muchas de esas, Sherlock, Agatha, ya ni me acuerdo. Pero se ve que cuando mi abuelo murió a mi abuela le agarró por ese lado. Y empezó a decir que había que investigar, que había que buscarla por todos lados, que la intentaban esconder.

En ese tiempo yo iba mucho a lo de mi abuela así que empecé a ayudarla. La abuela se ponía re contenta y me dibujaba las estrellitas en los cachetes y buscaba algún corbatín viejo del abuelo porque las corbatas eran muy largas y yo muy enana. Nos pasábamos toda la tarde revolviendo la casa, sacando la ropa de los placares, vaciando la heladera de comida y volviéndola a llenar. La buscábamos debajo de los sillones, entre las cortinas del living, atrás de los cuadros del pasillo, en el inodoro del baño de initados, pero nada.

No sabía lo que buscábamos. La abuela casi no hablaba, iba y venía con gran agilidad, muy concentrada y seria. No me trataba como un nieto, yo era más bien su ayudante, su asistente. Me miraba fijo y me decía donde buscar, y yo obedecía como una soldado. Me encantaba sentirme útil, responsable, partícipe de una 
misión. Porque lo que me gustaba era eso: la misión de buscar.

Un día que estábamos revolviendo el altillo sonó el timbre. La abuela bajó corriendo y yo fui detrás de ella. Cuando llegamos a la puerta, se llevó un dedo a la boca y me hizo un gesto para que me callar. Mientras la abuela intentaba ver por el agujerito de la puerta, entreabrí la persiana y espié. Había sido el chico del delivery de pizza que se había confundido, lo ví doblar en la esquina con la motito. Pero cuando se 
lo quise contar a mi abuela, esta ya había salido corriendo a la calle.

No, la abuela ni había visto la motito, ni al chico, ni a la pizza. Para ella la búsqueda que hacíamos en su casa tenía que seguir afuera. El timbre había sido la última pista. Y empezó a correr mucho. La abuela empezó a trotar, bamboleando sus piernas grandotas y llevando las rodillas al cielo. Corría sin parar y sin sentido. Pasaban las cuadras y no frenaba, y yo me empecé a cansar. Le grité un par de veces, pero no me escuchaba. Cuando corrió las dos últimas cuadras, me acordé que me había pedido que le sostenga la armónica cuando sonó el timbre. La saqué y soplé fuerte, y al fin escuchó. Pero cuando voltió la cabeza, se topó con una bici y se cayó al piso. La alcancé agitado y con mucho miedo, pero cuando la intenté levantar, me empujo y me dijo:

Seguí corriendo que ya casi la tenemos. Nunca te quedes quieta, ¡la verdad se mueve! 

miércoles

La muda

Lo hacía una vez por día, después de afeitarse. Frente al espejo todavía empañado por el vapor de la ducha, cerraba la boca y apretaba un labio contra el otro con mucha fuerza. Quería escribir la historia de una mujer muda. Pero decía que antes debía experimentarlo él en carne propia.

El ensayo duraba lo que tardaba el vapor en abandonar el vidrio y devolverle su imagen: un hombre grande, desnudo, cubierto de gotas, temblando, con la boca exageradamente cerrada, la lengua inmóvil, salivando a más no poder, pensando o no pensando. Así practicaba todas las mañanas ser ella por unos minutos.

Era poco tiempo y debía aguantar. Una vez me dijo que quiso intentarlo durante todo un día, pero no se animó y prefirió ir de a poco. 5 minutos, quizás, 7 no más. Si no era demasiado angustiante y no lo soportaba.  

A veces, intentaba distraerse limpiando la mugre en la rejilla con un cepillo de dientes viejo. O abría y cerraba la canilla o acomodaba mis cremas y mis perfumes en los estantes. Al principio, yo lo tomaba con un juego sin importancia, hasta que un día lo vi pintarse una uña con la cara desencajada y los ojos hinchados, casi a punto de llorar. No sabía qué hacer para aguartarse el silencio. Ese día me di cuenta que lo de la muda no era un juego. 

Soy un escritor que se está apagando y estoy viviendo la historia de mi última historia, fue lo que me dijo cuando empezó el ritual de la muda. Por qué, le pregunte, por qué todo tiene que ser tan en serio. Pero sus respuestas nos respondían mis preguntas, eran más bien pensamientos que repetía en voz alta con la mirada perdida. Va a sufrir mucho, es lo único que decía. Y yo voy a sufrir mucho escribiendo su historia. Los dos vamos a callar y eso nos va a doler muy adentro. 

A mí me empezó a doler muy adentro, porque a medida que pasaban los días empecé a sentirme afuera. Afuera de ellos. De él y ella, de él y su personaje. Lo que más me molestaba era que hable en plural. Qué diga vamos a callar. Ellos dos, ellos juntos, porque era su historia y no la mía. 

Le podría haber dicho que estaba muy celosa de su personaje y listo. Que me molestaba que todas las mañanas se levante por ella y haga un sacrificio espantoso para poder ponerse en su lugar. Qué bueno hubiese sido poder decirle basta, escribí sobre otra cosa, algo que no te comprometa tanto, que no me comprometa a mí. O sobre un mudo,  sobre un hombre mudo. ¿Por qué tiene que ser una mujer tu protagonista? ¿Por qué desde que escribís sobre ella tu computadora tiene clave de seguridad? ¿Por qué cuando te pregunto no la describís físicamente? ¿Quién es, cómo se llama la muda? ¿Por qué estás enmudeciendo como ella? Hubiese sido más fácil haberle hecho todas esas preguntas, pero la muda también me contagió a mí y abandoné la palabra y opté por la acción.

Esperé los ocho meses que tardó en terminar la novela en el más contenido de los silencio. A la mañana, cuando sentía que se levantaba de la cama me hacía la dormida o me despertaba más temprano, le dejaba el café hecho en la cocina y me iba a pasear el perro. Ya no lo seguí, ni le pregunté más. A propósito, lo dejaba solo haciendo su ritual. Lo dejaba a solas con la muda la mayor parte del tiempo. Entonces llegó el día que me dijo: “Ya lo mandé a un par de editoriales y quedaron en llamarme”. Ese era el día de la acción. Fui a un teléfono público, llamé a casa y cambié la voz.

“Tu historia es genial, estamos dispuestos a pagarte el triple de lo que te ofrecen en otras editoriales. Es una joya, quién te dice que algún día llegue a clásico.” Le dije lo que todo escritor sueña escuchar de un editor. Cada palabra inflamaba más su ego. Percibí su excitación del otro lado del teléfono y me sentí cruel. Tartamudeaba y repetía embobado todo que sí. “Eso sí, nosotros tenemos algunas cláusulas de seguridad… por el bien de la historia, por supuesto. Tenés que traernos el original y borrarlo de tu computadora, nosotros lo guardamos en una caja fuerte y te damos la clave. Hoy hay mucho hacker, hay mucho plagio.”

Y entró, no lo pensó mucho y obedeció. Estaba demasiado emocionado, demasiado en shock. Tanto tiempo sufriendo con la muda había dado su frutos. Toda su vida había soñado con que su última novela sea muy reconocida y lo vuelva un escritor famoso. En ese llamado no había hecho muchas preguntas, porque había escuchado todo lo que siempre había querido escuchar. ¿Por qué desconfiar? ¿Por qué no poner a salvo el texto original y borrarlo del disco rígido? Quién hubiera pensado que yo lo compré, que yo compré a la muda para que él no la vuelva a ver nunca más. 

domingo

dos

La presencia

Hay un pibe tomando café en la mesa frente a la mía.
Está solo y usa muletas. Y mira muy afuera

del marco de la ventana. Parece que quiere salir
con los ojos del bar. Finalmente, se está yendo.

Su café todavía humea y un rayo 

de sol cae justo adentro del pocillo.
La imagen tiene aura y me hace pensar
que hasta que no retiren el platito con el café,
el pibe seguirá ahí presente.

La silla levemente corrida hacia atrás,
hace el espacio de su cuerpo,
el respaldo hundido aún lo contiene.
Mis ojos todavía lo miran en su lugar vacío.





 

Ahora pienso en el señor de la tintorería. 
Hundido en una cueva de ropa abollada. 
Su trabajo es estirar. Planchar lo que el uso arrugó. 
Hacer las cosas nuevas. 
En la tintorería casi no hay luz y el señor
mira la calle parado trente al sarcófago 
que hecha vapor para todos lados.
Y mata arrugas. Mejor dicho
los pliegues hechos cadáver quedan ahí.
El señor es el único que lo sabe. 
Por eso su cara está arrugada y su mirada fruncida. 
De tanto planchar parece que algo
se arruga adentro suyo. 

sábado

texturas y superposición








Séptima Juntada Creativa en La Casa del Árbol


"La casa, el lugar de lo propio, no es una propiedad entre otras, no es lo mismo que un par de sillas, que la ropa, un libro, o que, incluso, un ser querido. La casa es la posibilidad de todo eso, de que todo eso, diríamos, esté abrazado por nosotros, y nosotros, también, reunidos dentro de ese mismo abrazo", esto dice gran poeta y filósofo argento Hugo Mujica de la casa y algo así sucede en nuestra Casita del árbol los domingos.

Mujica habla de la casa como "la morada" donde las reglas nos reflejan, en ellas nos encontramos, nos reconocemos, descansamos. La juntada pasada celebró los mismos ritos creativos de siempre, hubo pintura, poesía, preguntas, objetos y diálogos. Hubo pizza y cerveza, hubo reunión. Se sumó Juventud Colosal con nueva música y al final de la noche la espontaneidad volvió a los instrumentos. Estuvo lindo lindo. Hasta el blanco de Miguel, salió artesaneado.

Otra noche que dejó huella y acá lo hecho:


Masajes
los masajes
que nos hacemos
que nos hacen
Un libro, una palabra, un grito
que nos masajea la garganta
que nos masajea ese huesito fino que
no sabíamos que teníamos
los nudos que guardamos
en vez de ponerlos en
saliva. Con tal de no escupir.

Y qué linda suena esta flauta!


Los ojos
que no se qué son
ni para qué están
me los pusieron
me los Impusieron
para mirar algo que
todavía creo que no
vi.
Y recién ahí, solo quizás, podremos
unirnos a los otros/nosotros.



Esta imagen de Einstein que no sé en este momento
 por qué será que no me acuerdo cómo se escribe.
Será que no quiero saberlo, que no quiero
hacerme cargo de sus múltiples frases con y sin sentido.
Sus múltiples frases sobre no decir y hacer,
de razones escondidas de sentido
de algo.
Vos, Albert, para mi siempre fuiste
como una gran pregunta
una gran percha,
un gran sinsentido de palabras.




Elijo todas las formas
Ella: qué triste esto, el día, Juan.
Él: qué decís?
Ella: Eso! Que está triste el día, ya estoy cansada de todo esto…
Él: de qué hablás? Si no te paso nada
Ella: Eso me pasa: que no me pasa nada. Que hay días, meses, casi años que no siento nada. Todo vacío, ausencia.
Él: Tanto te molesta que llueva? No te entiendo.
Ella: nunca me entendés. No me molesta que llueva. Me molesta el día así: gris, triste, mojado, resbaloso. ¿Por qué no se decide, porque no es de día o de noche?
Él: Quién no se decide? Te sentís bien?
Ella: El día! Si me siento bien? No siento te dije. No sé si bien o mal, no sé. No siento.
Él: Querés que te haga un té? Te sirvo agua?
Ella: No quiero agua, ya estoy hasta de líquidos. Quiero formas!
Él: Formas? De qué hablás?
Ella: De eso! De formas claras, concretas, reales…. No más líquidos, dispersos, inchastrosos.
Él: No te entiendo! Formas de qué?
Ella: De amar, Juan, de amar!!!








A: Hola chicos! Me llamo Julia y me encantan los japoneses!
B: Qué tenés con los ponjas?
C: Y… lo ponja, ahora está todo lleno de ponjas, no me parece raro nena.
A: Yo te entiendo, pero no seas narcisista, todos tenemos algo que hacer en la vida. ¿Vos dónde trabajabas, mister?
B: No quiero trabajar, estudio, me gustan los animales, por ahora…
C: Y… trabajar es una re cagada, a mi me da una paja… preferiría rascarme la pija en casa pero… hay que
trabajar nene, no podés no hacerlo…
A: Bueno, yo toco gente por plata. ¡Después uno se pregunta porqué Messi no rinde en la selección! Jajaja XD
B: Odio en futbol, me gusta jugarlo, me defiendo.
C: Cómo va a decir eso! Comerse un morzipan y ver a Messi, lo mejor…





Preguntas Objetables

¿Qué clase de bicho sos?
Una mariposa
Un escarabajo
Una libélula
Un gusano
Una hormiga



¿Cuál es tu ritmo, con qué hacés percusión?
Tu-tu-pa. Tu-tu-pa.
White stripes/ LCD Soundstream
El poema sin rima
Funk
Arriba, manos y piernas.


¿A qué se refería Sandro con “Rosa, Rosa”?
A la casa quinta de Pilar que tenía.
A Rosa, una mujer.
A lo difícil que es gustar de alguien
A una mina que se levanto en la fiesta, la llevo a su casa y no pasó nada. Al final, era un monstruo fascinante.
A las mariposas



¿Qué tres canciones te describen mejor?
Altar de Cerati / Jamming de Bob Marley / Nada de Gustavo Pena
Ball and Biscuit / La ciencia del mañana / Say Yes
Están lloviendo estrellas de Cris Castro / Viveza de Fernando Cabrera / Los mareados
Paso
Complicado



¿Qué te da mucha ternura?
Los perros
Los abuelos
Ahora nada, quizás un niño
Cualquiera que ponga puchero y hable con esa voz, tiro al blanco (toy story), los peluches enormes y los emoticones de whatsapp
Un niño aturdido



¿De qué cuelga tu corazón?
De sueños e ilusiones
De la luz que sale de un cuartito y se proyecta en una tela blanca gigante
De la luz
De mis venas
De mi


viernes

Bonnie, la historia en fotos



Yirando por ahí, encontré este foto reportaje que me movió adentro. Captura la vida de Bonnie, una prostituta de 37 años que también es ama de casa y mamá de 3 chicos. En Dinamarca la prostitución es legal desde el 99. Bonnie trabaja de 9 a 16 y después busca a sus chicos por el colegio y se va a su casa. Bonnie es prostituta desde los 18 años. La fotógrafa es la danesa Marie Hald, una grosa que sabe de contar vidas en fotos..











"Bonnie", como se llama la serie, ganó el oro en el "CPOY 2012 Documentary".  Acá el reportaje entero: http://www.mariehald.dk/project/bonnie/

martes

Ayer leí un poema chino

Ayer leí un poema chino.
Hablaba de un ratón
que invadía la casa de un hombre
como un tumor
"nunca dejándose ver"
El hombre una noche intentaba cazarlo
pero sus movimientos eran brutos y lentos
Y se terminaba dando por vencido.

Mami me contó
que a mi abuela, la semana pasada
le entró una ratón a la casa.



Mi abuelo escondió un par de cebos y se olvidó.
Ayer mi abuela empezó a sentir olor a podrido
y con ayuda de Monica, revisó toda la casa.
Vació el lavadero, sacó cosas que ya ni se acordaba que tenía.
Pero nada. Entonces, mi abuelo con un palo de escoba
rastrilló por debajo de los muebles.
Abajo del termotanque estaba la rata muerta que daba olor.

Ahora mamá llamó a mi abuela
y le está leyendo el poema por celular.
Mamá con mi libro de 100 poemas chinos contemporáneos en la mano.
Leyendo poesía a distancia.
Se ve que a mi abuela la gusta
porque no interrumpe el poema.
Me gusta como mamá lo lee,
su voz virgen de poesía,
halló el tono exacto.

Yo contemplo la escena extasiada,
por momentos no la creo cierta
e intento escribir algo de todo esto
en mi computadora
Quizás, algún día se convierta en poema.

Mamá ya cortó y el libro de Petrecca yace aquí al costado.
La única diferencia:
el ratón del poema sigue vivo,
la rata en la casa de mi abuela está muerta.
De algún modo, siento que algo de esto
ocurre a otro nivel.