Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

lunes

cena

Que cocines en silencio sin
apuro y yo esperarte; esperar
la comida, tirada junto a los
platos, anticipando el sabor
en la boca; vos con los ojos
en el cuchillo, los daditos de
tomate apilándose perfectos
entre las curvas de la lechuga,
el orégano por la carne, su
perfume; desde el sillón, te miro
hacer esta cena que es regalo; la
comida es lo que trasciende
lo material y termina dentro mío.


miércoles

Ñata

mi mano arrugada sobre la tuya
correspondencia entre nosotras
hay silencio   no me convidan mate por chiquita
callan noticias tristes
hay mucha amargura ahí   en el fondo de los ojos
no en los tuyos  que son de agua tibia
tenés un lunar en la mirada que se multiplica en mi piel
las manchas de humedad y los bichos
se meten por los surcos entre nosotras  la hoja se rompe
por la fuerza del encuentro    emanás paz
la cruz te cuelga como escudo
predicando un final             conversamos entre mates siempre iguales
por años  noventa y pico de años  mi cabeza en tu cuerpo casi muerto
todavía palpitante de historias
y a vos te visitaron ángeles.

Las lineas ahora como disparos, el perro que te volcó
la hoja se curva  oculta tu cadera rota
pulverizados todos
nadie vio la violencia  solo las macetas sin malvones
con las rodillas en los cerámicos helados  beso tu mano
la estiro para verte la venas y oler tu sangre.
Ellas dicen que no caminás    pero hay tierra en tus muslos  los masajeo
en silencio  busco en tus manos los bastones.

Vos la viste una noche cuando enferma    ahora no te acordás
tu cuarto partido en dos por un mueble alto de madera de pino
al otro lado tu nieto y su hijo  dormidos   y vos pedíste la ventana por si venía ella
ese día te tranquilizó     tocó tu cara y la volvió niña      así te veo siempre

Después supe de vos por ellas    las que cebaban nuestros mates
te despidieron chiquita de piel con un dolor inútil
te dije que chau, hasta pronto   sin lágrima desde el sillón de terciopelo
y apoyé la cabeza en el hueco que conservaba todavía tu forma.


el lugar que ocupa

"No sabe es Uno que no sabe / pero lleva tal silencio en el espanto de la frente / que parece haber estado a solas con el Amor”

Jorge Alemán

Lleva tal silencio en el espanto de la frente;
lleva desteñido magenta
el pelo largo y tiene la piel delgadísima color
arroz con leche quemado. Y en el brazo izquierdo,
una isla de color: un tatuaje 
de elefante azul incrustado 
hace tiempo. Son casi
las 11 en la cabina y el viento
juega a despegar la foto de Brigitte
Bardot desnuda. Y Lleva tal silencio…
que los grillo de afuera lo aturden, la birome
sin tinta, el sudoku lleno, nada más
para decir.  Un hombre es el lugar que ocupa,
le dice una galleta
de la fortuna. Pero qué pasa cuando 
el lugar es una ruta, una frontera
perdida con Perú.     
Y automaticamente piensa en el bisturí que
haría el cambio, este instante
sería historia. Como la Bardot
parecería haber estado a solas con el amor,
después del bisturí, el gran corte…
 Un hombre es el lugar
que ocupa, y agrega:
esto debe tomarse al pié de la letra:  todavía
queda noche por delante
y ahí viene un auto
a pagar su peaje otra vez . 


the last puchou

encontrar en el bolsillo del pantalón
un pucho aplastado. No son monedas, ni caramelos,
lo que vale
ni algo que nos recuerda a una persona pasada
Lo lindo es toparse con medio pucho,
algo fumable
en la madrugada solitaria, desbordante
de trabajo tedioso. Prenderlo
con sumo cuidado,
acunándolo entre los dedos como un dios
y pitar ese pródigo
como si fuera the last puchou
con el cuerpo entero.
en el silencio del silencio.

martes

Volutas

image


Siempre escucho adentro lo que tarde y observo
las volutas de fuego trepando por tu vaquero deshilachado.
Suena Coltrane, mi cigarro es más ceniza que otra cosa
y oigo tu voz repitiendo esa frase de Heidegger
que leíste la tarde de lluvia que nos besamos
en el pasillo de la facultad: “el problema es estar
preparado para morir en cualquier momento.”

Un puerta se abre, mi humanidad entrando a la habitación
y vos en situación dudosa. El vaquero en llamas, una hoguera
emocional.

No consigo recordar hechos, apenas imágenes esfumadas,
sensaciones. Acaso se deba a que nunca estoy en el lugar donde
se encuentra mi cuerpo. No me siento ahí.

Una mañana, en un café de la Av. Belgrano, leí este fragmento
escrito el 28 de abril de 1956 por Abelardo Castillo. Es tan solo
una entrada de un diario íntimo. Sin embargo, cincuenta y ocho años later
se hace carne again.

Siempre escucho adentro lo que tarde,
después viene el auxilio auxilio, la lagrima que te parte
la cara en dos y mi humanidad corriendo por agua
que domestique la llama satánica. Vos, sos vos,
sos vos, me repetís; en una habitación que es bosque seco,
bajo un cielo de mampostería barata, alumbrado
a bombita bajo consumo, que titila
como nuestra verdad.

Siempre escucho adentro lo que tarde y la guerra
nos deja de rodillas, frente a frente, lejos de las trincheras.
A veces siento que ignoro
lo que el tiempo sabe traer entre las manos.

Vuelvo a Castillo, leo Mayo 1 de 1966: “Una eternidad de escombros
amontonados como un pedestal para el olvido.”

Eso somos, le digo al mozo cuando me trae la cuenta.
Y el hombre de chaleco y moño no entiende
nada. Hace chillar la porcelana
de la taza contra el plato que se lleva,
de seguro, sin entender de qué hablo.

Porque nadie más observó las volutas
de fuego trepando por tu vaquero deshilachado
y toda la dramaturgia que recién
se desvanece -sana crónicamente-
cuando mi humanidad acaricia tu bícep desnudo
y transpirado; el disco de Coltrane casi quieto,
y mi yema recorre tu tatuaje,
mientras suave me digo
 “aquí vamos again”.

miércoles

Buscá ahí

Tazas de té, Mario. Decías que había que tomar tantas
como sea necesario. Siempre sentados en la misma
silla azul. Y pegabas con cinta scotch las mentiras
de la cocaína, por la cocaína. Puta muchedumbre de cosas
 y ese olor a sahumerio que te llenaba los ojos
en la mapoteca. Ahora veo las caras de los gremlins,
sus labios de bichitos pillos y sus cuellos siempre con
bufanda. ¡Basta de abrir el cajón, guardá la consola
porque estoy harta de tu bandera de noche loca!
Seamos el indio sin alarma que cultiva yerba; rotas
las cadenas y en bloque con la naturaleza. ¿Y el ladrillo,
me preguntas? Eso está en la axila de la lombriz que vive
adentro de tus ojos. Buscá ahí. Es un muro gelatinoso
con infinitas puertas; mi rostro al fondo de la mano y los
dedos en el teléfono del living. Afuera, la rama del árbol
de la vida y la música de Pablito Lescano en el corazón.
¡Levantemos de una vez la mancuerna! Para digerir la alfalfa
hay que ir a Massachusetts. Dolerán los pies, de seguro. Se nos
pegotearán masas de olor a ruta de tierra. Y te volverás un ciruja,
Mario: tomarás vino en cartón y rechazarás al vodka por cheto.

Cacho





Tienes plantas y pájaros salvajes

somnolientas mujeres en corpiño

trenzándose los dedos

quietas balsas para cruzar el río;

cangrejales devoradores de hombres

y animales. 

Silvina Ocampo - Enumeración de la Patria





Sos un cacho de hombre, un cacho de voz ronca y
ahumada. Cara de tramposo y ojos de atorrante,
el pañuelo blanco y el pelo siempre petróleo con gomina
para atrás. Eternamente en fuga, con Susana en el baúl
y mil amantes secretas guardadas en el reverso de
tus ojos café la humedad. Las cuatro estrellas tatuadas tu diestra,
manyan que sos el rey de la bailanta y el malevo con más facha del arrabal.
Ladrón de mujeres ajenas, Cacho, la única justicia está en tus letras.
El resto de tu vida fue poner el cuerpo, mancharse y
jugarselá.

Me pregunto por cuál de todas esas putas costumbres
y vicios hoy estás en mi texto y en algunos huecos de mi nostalgia.
Cacho, el último poeta lunfardo, anfibio que nada entre la milonga
y el carnaval, siempre listo para el amor más fiero.

Recuerdo clara esa noche de enero; ví como después del show
te le fuiste al humo a la morena de la fila tres. Eras un galán
de Hollywood bajando la escalera, aún bajo el escenario guardás
la mirada felina, porte de cazador de besos,
y ese perfume a reo seductor.

Le hablaste con el idioma del matador, tu tan irresistible parla. La
morena te miraba como a un dios. Es que cacho, tu chamullo tiene
plantas y pájaros; tu levante es salvaje. Recuerdo que le susurraste
algo de que sus labios eran el paraíso…

Yo imagino tu paraíso, Cacho de Bueno Aires:
tu edén son un millar de somñolientas mujeres
en corpiño, trenzándose los dedos con pañuelos blancos
(como los que usas), pidiéndote a gritos
un tema, el tema, tu mejor tema. Y vos, hábil traficante
de ilusiones, maquinás a la velocidad de los cangrejales devoradores
en los que pescabas de pibe. Maquinás Cacho, una manera
de enamorarlas a todas y salir airoso, siempre por las dudas
con “la tibieza del perdón en las manos”.

Ellas ciegas de pasión, esperan quietas como balsas por cruzar el río:
una caricia musical, un beso grave, un beso agudo. Ya te saben
tramposo y atorrante; y aceptan que les prometas a todas lo mismo.
Si al final de la historia, es como dice tu letra: para vivir basta con
tener un gran amor.

jueves

desmadrados

saquemos a mamá del cielo
dejemos de parir datos inservibles
Roxana Palacios
Esta noche no está mamá 
y la casa descansa en calma
como hace tiempo volví a fumar bajo la ducha
con la puerta trabada aunque esta vez no hizo falta
esconderme en puntas de pie
detrás de la cortina igual comprobé
que la adrenalina adolescente está intacta
hacer lo prohibido cerca de habitación de papá y mamá
me sigue dando cosa

Esta noche cociné yo y mica puso la mesa
papá se sentó y dijo que estaba bien
se habló poco durante el zapping
y nadie cerró la ventana
porque hay una temperatura en armonía cuando se va mamá 

Pienso en mi familia la que vendrá cuando el tiempo pase
seguramente alguna que otra noche los deje
sé que desmadrados se las arreglarán bien
todas las familias necesitamos de vez en cuando 
habitar la ausencia de la madre

Divertido origen de la palabra "squenun"



En nuestro amplio y pintoresco idioma porteño se ha puesto de mo­da la palabra “squenun”.

¿Qué virtud misteriosa revela dicha palabra? ¿Sinónimo de qué cua­lidades psicológicas es el mencionado adjetivo? Helo aquí:

En el puro idioma del Dante, cuando se dice “squena dritta” se ex­presa lo siguiente: Espalda derecha o recta, es decir, qué a la persona a quien se hace el homenaje de esta poética frase se le dice que tiene la es­palda derecha; más ampliamente, que sus espaldas no están agobiadas por trabajo alguno sino que se mantienen tiesas debido a una laudable y per­sistente voluntad de no hacer nada; más sintéticamente, la expresión “sque­na dritta” se aplica a todos los individuos holgazanes, tranquilamente hol­gazanes.
Nosotros, es decir el pueblo, ha asimilado la clasificación, pero en­contrándola excesivamente larga, la redujo a la clara, resonante y breve palabra de “squenun”.

El “un” final, es onomatopéyico, redondea la palabra de modo so­noro, le da categoría de adjetivo definitivo, y el modo grave “squena drit­ta” se convierte en esta antítesis, en un jovial “squenun”, que expresan­do la misma haraganería la endulza de jovialidad particular.

En la bella península itálica, la frase “squena dritta” la utilizan los padres de familia cuando se dirigen a sus párvulos, en quienes descubren una incipiente tendencia a la vagancia, es decir, la palabra se aplica a me­nores de edad que oscilan entre los catorce y diecisiete años.

En nuestro país, en nuestra ciudad mejor dicho, la palabra “sque­nun” se aplica a los poltrones mayores de edad, pero sin tendencia a ser compadritos, es decir, tiene su exacta aplicación cuando se refiere a un filósofo de azotea, a uno de esos perdularios grandotes, estoicos, que arras­tran las alpargatas para ir al almacén a comprar un atado de cigarrillos, , y vuelven luego a su casa para subir a la azotea donde se quedarán to­mando baños de sol hasta la hora de almorzar, indiferentes a los rezon­gos del “viejo”, un viejo que siempre está podando la viña casera y que gasta sombrero negro, grasiento como el eje de un carro.

En toda familia dueña de una casita, se presenta el caso del “sque­nun”, del poltrón filosófico, que ha reducido la existencia a un mínimo de necesidades, y que lee los tratados sociológicos de la Biblioteca Roja y de la Casa Sempere.

Y las madres, las buenas viejas que protestan cuando el grandulón les pide para un atado de cigarrillos, tienen una extraña debilidad por es­te hijo “squenun”.

Lo defienden del ataque del padre que a veces se amostaza en serio, lo defienden de las murmuraciones de los hermanos que trabajan como Dios manda, y las pobres ancianas, mientras zurcen el talón de una me­dia, piensan consternadas ¿por qué ese “muchacho tan inteligente” no quiere trabajar a la par de los otros?
El “squenun” no se aflige por nada. Toma la vida con una sereni­dad tan extraordinaria que no hay madre en el barrio que no le tenga odio… ese odio que las madres ajenas tienen por esos poltrones que pue­den enamorarle algún día a la hija. Odio instintivo y que se justifica, por­que a su vez las muchachas sienten curiosidad por esos “squenunes” que les dirigen miradas tranquilas, llenas de una sabiduría inquietante.

Con estos datos tan sabiamente acumulados, creemos poner en evi­dencia que el “squenun” no es un producto de la familia modesta porte­ña, ni tampoco de la española, sino de la auténticamente italiana, mejor dicho, genovesa o lombarda. Los “squenunes” lombardos son más re­fractarios al trabajo que los “squenunes” genoveses.

Y la importancia social del “squenun” es extraordinaria en nuestras parroquias. Se le encuentra en la esquina de Donato Alvarez y Rivada­via, en Boedo, en Triunvirato y Canning, en todos los barrios ricos en casitas de propietarios itálicos.

El “squenun” con tendencias filosóficas es el que organizará la Bi­blioteca “Florencio Sánchez” o “Almafuerte”; el “squenun” es quien en la mesa del café, entre los otros que trabajan, dictará cátedras de co­munismo y “de que el que no trabaja no come”; él que no ha hecho ab­solutamente nada en todo el día, como no sea tomar baños de sol, asom­brará a los otros con sus conocimientos del libre albedrío y del determi­nismo; en fin, el “squenun” es el maestro de sociología del café del ba­rrio, donde recitará versos anarquistas y las Evangélicas del latero de Almafuerte.

El “squenun” es un fenómeno social. Queremos decir, un fenóme­no de cansancio social.

Hijo de padres que toda la vida trabajaron infatigablemente para amontonar los ladrillos de una “casita”, parece que trae en su constitu­ción la ansiedad de descanso y de fiestas que jamás pudieron gozar los “viejos”.

Entre todos los de la familia que son activos y que se buscan la vida de mil maneras, él es el único indiferente a la riqueza, al ahorro, al porve­nir. No le interesa ni importa nada. Lo único que pide es que no lo moles­ten, y lo único que desea son los cuarenta centavos diarios, veinte para los cigarrillos y otros veinte para tomar el café en el bar donde una or­questa típica le hace soñar horas y horas atornillado a la mesa.

Con ese presupuesto se conforma. Y que trabajen los otros, como si él trajera a cuestas un cansancio enorme ya antes de nacer, como si to­do el deseo que el padre y la madre tuvieron de un domingo perenne, es­tuviera arraigado en sus huesos derechos de “squena dritta”, es decir, de hombre que jamás será agobiado por el peso de ningún fardo.


Roberto Arlt 

lunes



Era otoño en el patio de Campana,
apenas luz de alba y ya regábamos
los malvones afelpados. 

Seguida, venía la extracción de yuyos 
y malezas con un rastrillar sin escrúpulos
por la tierra fresca casi barro.

También, el refuerzo de los tronquitos
débiles y las caricias tiernamente humanas 
a los brotes más nuevos

Por último, hacíamos la revuelta:
Con la espátula en la diestra,
a la izquierda los plantines desnuditos,
la siempre lista tierra de relleno adelante
y las macetas vacías de raíces.
                                            
                                                como nuestras almas. 


Nosotros somos injertos abrazados a un tallo, decías
mientras caía el agua fría en chorro. 

Yo fumaba segura de que en nuestra jardinería
cincelábamos un sentir. 







Esto está hecho, muchacha



Esto está hecho, muchacha. Ahora hay que volver.
Juntemos las tripitas, los pedazos de eso
y cortemos desierto de un tirón...

Ya sé, ya sé, yo lo había visto antes y creamé
se me torcía la entraña. Porque también tuve un
futuro, que es pasado, hasta que el amigo se fue.

Oiga el viento, oiga, es un largo alarido.
No queda nada, usted me entiende, habla el idioma.
No gima, por favor...

Ni aquí ni allí, no sé dónde más ir. Por eso...
monte, muchacha, monte ese caballo
y véngase conmigo.


Javier Adúriz